Querida Dama, debes reconocer conmigo
que lo sucedido en uno de los primeros
encuentros que tuvimos
al principio de conocernos es algo
que resultó decepcionante
por no esperarlo.
Y que así mismo digo que cuantas veces hemos recordado
juntos esa anécdota nos hemos reído a mandíbula batiente,
como igualmente agradezco y me relamo
al venirme a la mente la forma tan sensual con que
me recompensaste el disgusto.
El caso es que habíamos quedado para pasar juntos
un largo puente festivo en la ciudad donde resides,
ya que deseabas que la conociera por entero.
Por mi parte había reservado una habitación doble
en un hotel situado en las inmediaciones
de unas de las playas más alejadas del casco urbano
y me las prometía muy feliz en tu compañía,
porque llevábamos una larga temporada sin vernos.
Tuve suerte con el vuelo que tomé en Madrid
pues llegó puntual al aeropuerto donde deberías
haber estado esperando para recogerme en tu vehículo,
y dado lo avanzando de la tarde,
tenía intención de habernos ido a cenar
directamente tras saludarnos.
Sin embargo no apareciste en el aeropuerto y
como supondrás me preocupé mucho.
Al llamarte con el móvil te noté muy apurada,
y a duras penas te disculpaste diciendo que a última hora
había surgido un tremendo problema en el trabajo
y que aún estabas en el despacho,
desconociendo en ese momento la hora
en que terminarías por resolverlo,
aunque quizás fuera de madrugada,
por lo que sería mejor vernos a la mañana siguiente.
Así que resignado me dirigí al hotel en un taxi.
En la cafetería tomé un sándwich vegetal
y me dispuse subir a mi habitación.
Como estaba algo cansando tanto del viaje como
del ajetreo de todo el día en Madrid,
me metí en el jacuzzi un buen rato y luego una ducha tibia
y me preparé para dormir,
esperando la mañana para el deseado encuentro contigo.